En ocasión de cumplirse el 207 aniversario del natalicio del patricio Francisco del Rosario Sánchez, es necesario destacar la gran labor patriótica que realizó en favor de la soberanía nacional tanto en la lucha por la proclamación de la Independencia Nacional ante los gobiernos haitianos de Jean Pierre Boyer y Charles Riviére Hérard como en el combate contra la anexión a España, que había efectuado el general Pedro Santana.
Cuando el patricio Juan Pablo Duarte fue perseguido a muerte por Riviére Hérard y Ramón Matías Mella fue hecho prisionero en la Villa de Cotuí, Sánchez fue la persona que lideró el movimiento de independencia junto al hermano mayor de Duarte, Vicente Celestino Duarte, redactó el manifiesto del 16 de enero de 1844 en que se dejó claramente establecida la decisión de los trinitarios de constituir la República Dominicana, al tiempo que concertó las alianzas necesarias para junto a los diferentes sectores del país proclamar la independencia nacional del 27 de febrero de 1844, pasando a ser el Presidente de la Junta Central Gubernativa Provisional entre el 28 de febrero y el 3 de marzo de 1844.
Cuando Duarte regresó del exilio el 15 de marzo de 1844 fue investido como General de Brigada y Comandante de la Plaza de Armas de Santo Domingo, al tiempo que se incorporó como vocal a la Junta Central Gubernativa, que para entonces presidía Tomás Bobadilla y Briones. Este desde el poder se dedicó a negociar la soberanía nacional con Francia, mediante la resolución del 26 de mayo de 1844 que dispuso la implementación del Plan Levasseur, que le otorgaba a la nación gala la bahía y península de Samaná a cambio de protección política y militar.
Duarte votó contra esta decisión al interior de la Junta Central Gubernativa y la oficialidad de Santo Domingo apoyó de forma unánime la posición del patricio y procedió a destituir a Bobadilla del poder el 9 de junio de 1844 y a instalar nuevamente a Francisco del Rosario Sánchez como presidente de ese organismo colegiado. No obstante, los pueblos del Cibao iniciaron una serie de manifestaciones en la que expresaban que querían a Duarte como Presidente de la República, lo que motivó al Patricio a dirigirse a esos pueblos para agradecerle el gesto, al tiempo que le expresaba que el trinitario Sánchez estaba en el poder y era una garantía para la estabilidad y la soberanía del país. En esa ocasión le manifestó a sus seguidores que no descartaba ser Presidente de la República, pero únicamente mediante una elección popular en que participara todo el pueblo dominicano.
Santana aprovechó que Duarte estaba en el Cibao para solicitarle a Sánchez, a través de un emisario que envió por ante el Cónsul Francés Saint Denys, para que le permitiera entrar a la ciudad para luego irse a descansar a su finca El Prado del Seibo. En principio Sánchez no estuvo de acuerdo con esa idea, pero ante la actitud del diplomático francés de que si no se le permitía a Santana regresar a Santo Domingo su legación diplomática se retiraría de la República Dominicana. Entonces el Presidente de la República cedió ante el chantaje, Santana entró a la Capital de la República y de inmediato le dio un golpe de Estado a Sánchez, mandó a apresar a Duarte en Puerto Plata que solo andaba con su Estado Mayor y lo mismo hizo con Mella, ordenando que fueran traídos presos en un barco a la Fortaleza Ozama y a finales de agosto los deportó a diferentes países, tanto a ellos como a los demás trinitarios reconocidos.
Cuando asumió el poder en 1848, el presidente Manuel Jimenes promulgó una Amnistía General para todos los exiliados políticos, lo que aprovecharon Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Matías Mella y otros trinitarios para regresar al país. En esa ocasión tanto Sánchez como Mella se integraron en varias de las batallas que se escenificaron en el año 1849 contra el emperador haitiano Faustino Soulouque, en algunas de las cuales, como la de Azua, el ejército dominicano fue derrotado porque sus ocho generales no se pusieron de acuerdo para diseñar una estrategia y una táctica de guerra, pero en otras, como las del Número y Las Carreras, fueron totalmente exitosas y derrotaron de forma vergonzante a las tropas expedicionarias del ejército haitiano.
En esa ocasión tanto Mella como Sánchez pasaron a colaborar con el general Pedro Santana, llegando éste a ocupar el puesto de abogado de los tribunales y fiscal de la República, pero luego Sánchez se distanció de éste y se vinculó con el presidente Buenaventura Báez, llegando a ser General de División y Comandante Militar del Distrito de Santo Domingo, en cuya posición le tocó combatir a los liberales del Cibao que intentaron tomar la ciudad de Santo Domingo como parte de la Revolución del 7 de Julio de 1857, liderados militarmente por el general Juan Luis Franco Bidó.
Cuando Santana asumió el poder en 1858, lo deportó a Saint Thomas y desde allí estableció contactos con el presidente de Haití, Fabré Geffrard, para oponerse a los intentos de Santana de anexar la República Dominicana a España.
Sánchez y el Movimiento de la Regeneración Dominicana
Con las informaciones de que disponían en torno a los planes anexionistas del general Pedro Santana relativos al cercenamiento de la soberanía nacional de la República Dominicana y su entrega al mejor postor, en este caso España, los generales de división Francisco del Rosario Sánchez y José María Cabral emitieron sendos manifiestos de alerta al pueblo dominicano sobre los despropósitos del déspota, en enero y marzo de 1861, respectivamente. Estos documentos serían la antesala de la acción armada llevada a cabo por los generales de división Sánchez, Cabral y Fernando Taveras.
El primer documento fue el manifiesto emitido dos meses antes del anuncio de la anexión de la República Dominicana a España por parte del patricio Sánchez, en fecha 20 de enero de 1861, desde Saint Thomas, a donde había sido exiliado por el general Santana el 6 de septiembre de 1859.
En ese escrito se pone de relieve que el dictador Santana, enemigo de las libertades del pueblo dominicano, imitador de todos los tiranos y vergüenza de la civilización, se planteaba eternizar su nombre y estampar para siempre su afrenta con el crimen de la muerte de la patria, ya que la República Dominicana estaba vendida a una nación extranjera y el cruzado pendón no ondearía más sobre los fortines y oficinas públicas.
Sánchez planteó que era su deber sagrado ponerse al frente de la resistencia que impidiera la ejecución de tan criminales proyectos y garantizar que no corriera ningún riesgo la independencia nacional, ya que ese movimiento revolucionario lo encabezaría quien fuera instrumento del destino para enarbolar la primera bandera dominicana.
El patricio del 27 de febrero de 1844 indica que no habría acudido a esa invocación que su recato rechaza si no lo exigieran las circunstancias, ya que los dominicanos conocen bastante sus sentimientos patrióticos, la rectitud de sus principios políticos y el entusiasmo que siempre ha mostrado por la patria y su libertad, razón por la cual no tenía la menor duda de que le harían justicia.
Al mismo tiempo expresa que ha pisado el territorio de la República Dominicana entrando por Haití porque no había podido hacerlo por otra parte y porque estaba persuadido de que esta república, contra la que combatieron por la nacionalidad cuando era un imperio, ahora estaba empeña- da, al igual que él, en que los dominicanos se dotaran de un gobierno democrático, educado y equitativo. Pero aclara que si la calumnia buscara subterfugios para deshonrar su nombre, le respondería diciendo en alta voz, aunque sin jactancia: “Yo soy la Bandera Nacional”.
Manifiesta también que las cadenas del despotismo y de la esclavitud aguardarían a los dominicanos si permitían que el tirano Santana se entregase al goce tranquilo de los bienes obtenidos con el precio de su venta, de sus hijos y de sus propiedades. Por tanto, los invita a rechazar semejante agravio con la irritación del hombre libre, dando el grito de reproche al autócrata Santana, el perjuro por excelencia, el parricida por instinto y el que se ha adueñado de la República, único responsable de este crimen tan abominable de lesa patria o de entrega de la patria a una nación extranjera.
Llama a los dominicanos a las armas porque llegó el día de salvar la libertad para siempre, ya que se oye el clamor de la patria afligida que reclama el auxilio de sus mejores hijos. Por tanto, era necesario acudir en su defensa, salvar la República Dominicana, la hija predilecta de los trópicos, de las cadenas ignominiosas de sus verdugos, que es la mejor manera de mostrarse dignos hijos de la patria y del siglo de la libertad. También motiva al pueblo a probar al mundo que forma parte de los pueblos indómitos y guerreros que “admiten la civilización por las costumbres”, sin menoscabo de sus derechos.
Por último, Sánchez estimula a los dominicanos a tomar las armas para derrocar a Pedro Santana y su tiranía, al tiempo de declararse libres e independientes, enarbolando la bandera cruzada del 27 de febrero y proclamando un nuevo Gobierno que reconstituya al país y dé las garantías de libertad, progreso e independencia que necesita.
Ahora procederemos a transcribir el texto completo del manifiesto que el general de división Francisco del Rosario Sánchez dirigió al pueblo dominicano el 20 de enero de 1861, desde Saint Thomas:
MANIFESTACIÓN QUE EL GENERAL DE DIVISIÓN FRANCISCO SÁNCHEZ, JEFE DEL MOVIMIENTO NACIONAL DE LA PARTE SUR, DIRIGE A SUS CIUDADANOS.
(Saint Thomas, 20 de enero de 1861)
DOMINICANOS!
El déspota PEDRO SANTANA, el enemigo de vuestras liberta- des, el plagiario de todos los tiranos, el escándalo de la civilización, quiere eternizar su nombre y sellar para siempre vuestro baldón, con un crimen casi nuevo en la historia. Este crimen es la muerte de la Patria.
La República está vendida al extranjero y el pabellón de la cruz, muy presto, no tremolará más sobre vuestros alcázares.
He creído cumplir con un deber sagrado, poniéndome al frente de la reacción que impida la ejecución de tan criminales proyectos y debéis concebir, desde luego que, en este movimiento revolucionario, ningún riesgo corre la independencia nacional ni vuestras libertades, cuando lo organiza el instrumento de que se valió la Providencia para enarbolar la primera bandera dominicana.
Yo no os haría este recuerdo que mi modestia rechaza, si no estuviera apremiado a ello por las circunstancias; pero conocéis bastante mis sentimientos patrióticos, la rectitud de mis principios políticos y el entusiasmo que siempre he tenido por esa Patria y por su libertad; y, no lo dudo, me haréis justicia.
He pisado el territorio de la República entrando por el territorio de Haití, porque no he podido entrar por otra parte, exigiéndolo así, además, la buena combinación, y porque estoy persuadido que esta República, con quien ayer cuando era imperio, combatíamos por nuestra nacionalidad, está hoy tan empeñada como nosotros, porque la conservemos merced a la política de un gabinete republicano, sabio y justo.
Mas, si la maledicencia buscare pretextos para mancillar mi conducta, responderéis a cualquier cargo, diciendo en alta voz, aunque sin jactancia, que YO SOY LA BANDERA NACIONAL.
COMPATRIOTAS! Las cadenas del despotismo y de la esclavitud os aguardan: es el presente que Santana os hace para entregarse al goce tranquilo del precio de vosotros, de vuestros hijos y de vuestras propiedades: rechazad semejante ultraje con la indignación del hombre libre, dando el grito de reprobación contra el tirano. – Sí, contra el tirano, contra Santana y solo contra él. Ningún dominicano —si alguno le acompaña—, es capaz de semejante crimen a menos que esté fascinado.
Hagamos justicia a nuestra raza dominicana. Solo Santana, el traidor por excelencia, el asesino por instinto, el enemigo eterno de nuestra libertad, el que se ha adueñado de la República, es él que tiene interés en ese tráfico vergonzoso —él solo es capaz de llevarle a efecto para ponerse a salvo de sus maldades—, él solo es responsable y criminal de lesa-patria.
DOMINICANOS! A las armas! Ya llegó el día de salvar, para siempre, la libertad: Acudid; ¿no oís el clamor de la Patria afligida que os llama, en su auxilio? Volad a su defensa, salvad a esa hija predilecta de los trópicos, de las cadenas ignominiosas que su descubridor llevó a la tumba. Mostraos dignos de vuestra patria y del siglo de la libertad.
Probad al mundo que hacéis parte del número de esos pueblos indómitos y guerreros que admiten la civilización por las costumbres, goces con menoscabo de sus derechos, porque esos goces son cadenas doradas que no mitigan el peso, ni borran la infamia.
DOMINICANOS! A las armas! Derrocad a Santana: derrocad a la tiranía y no vaciléis en declararos libres e independientes, enarbolando la bandera cruzada del veintisiete y proclaman- do un gobierno nuevo que reconstituya el país y os dé las garantías de libertad, de progreso y de independencia que necesitáis.
Abajo Santana!
Viva la República Dominicana! Viva la libertad!
Viva la independencia!
Dada en Saint Thomas a 20 de Enero de 1861 y 17 de la Patria.
F.R. SÁNCHEZ (Rodríguez Demorizi, 1976c: 123-124)
Como se ha podido observar, el manifiesto suscrito por el patricio Francisco del Rosario Sánchez daba una clarinada indiscutible sobre el crimen de lesa patria que en esos momentos llevaba a cabo el dictador entreguista Pedro San- tana contra la República Dominicana para ponerla en manos de la corona española.
Sánchez estaba muy bien enterado de las gestiones que por diversos medios realizaba el presidente Santana. En primer lugar, hizo gestiones para obtener la anexión o protectorado de la República Dominicana con los Estados Unidos, pero debido a las situaciones internas por las que atravesaba el país del Norte, no le fue posible llevar a feliz término su felonía.
En segundo lugar, se vio obligado a dirigir su mirada hacia la monarquía española, la cual aún conservaba dos posesiones coloniales en el Caribe: Cuba y Puerto Rico, con la que concretó importantes acuerdos después de las gestiones diplomáticas desplegadas tanto por el general Ramón Matías Mella para que reconocieran la independencia nacional, sin ver coronada con el éxito su misión, como por el general Felipe Alfau, quien, en lugar de lograr el protectorado como se había pensado inicialmente, obtuvo la anexión de la República Dominicana a España, en calidad de provincia ultramarina.
La respuesta del general Pedro Santana al manifiesto de Sánchez no se hizo esperar, procediendo a contestarle al día siguiente, el 21 de enero de 1861, con una proclama donde puso de relieve una vez más el cinismo que siempre adornó su adusta figura y la perfidia que en todo momento lo acompañó, en aras de lograr sus propósitos malsanos.
Observemos la respuesta del presidente entreguista, general Pedro Santana:
PROCLAMA DE SANTANA CONTRA SÁNCHEZ
21 de enero de 1861
DOMINICANOS!
El gobierno que vela siempre por la salud de la Patria no perdía de vista a los traidores que desde el extranjero fraguaban sus planes liberticidas: seguía sus pasos, descubría sus secretos y se preparaba para inutilizar sus criminales esfuerzos. Ya hoy la traición es manifiesta. El cobarde que jamás ha sacado la espada en defensa de la Patria, el que vociferaba haber sido de los héroes del 27 de Febrero, él toma por pretexto para deslealtad la defensa de la nacionalidad Dominicana, el Ex General Francisco Sánchez en fin, busca hoy a los haitianos para solicitar de ellos tal vez, poner por obra los planes de Domingo Ramírez.
DOMINICANOS! ALERTA, ya veis los lazos que os tienden, ya conocéis los planes de esos hombres que tanto alarde hacen de su dominicanismo; que tantas veces han implorado y obtenido gracia; ya los veis hoy, cuando el Gobierno se prepara a dar en su favor una amnistía casi general, encaminarse a Haití para demostraros sus verdaderas intenciones, su mentido patriotismo y hasta la falta de pudor político, que no ha permitido a otros cambiar la nacionalidad Dominicana por la de sus perpetuos contrarios.
ALERTA, pues, Dominicanos, ALERTA, compañeros de armas, pongámonos en guardia contra esa facción liberticida que sabremos escarmentar una vez más si quiere venir a turbar nuestro reposo.
Confiad en la fuerza del Gobierno, descansad en el acendrado amor a su Patria del que fue por tantos años y en tantos combates lo ha sellado con su sangre, y esperad, en fin, en esa Providencia que tantas veces nos ha dado la Victoria: Ella protegerá nuestras armas; y con ellas como siempre, venceremos.
Dado en el Palacio Nacional de Santo Domingo a los 21 días del mes de enero de 1861.
PEDRO SANTANA (Rodríguez Demorizi, 1976c: 124-125)
Con esta proclama, Santana puso de relieve que era la simulación, la desfachatez y la hipocresía personificadas. Demostraba así su fementida capacidad maquinadora para hacer del descrédito gratuito de los demás su arma más letal, a través de la contraacusación infundada y los argumentos más ruines.
Las expresiones insólitas que utilizó contra los artífices de la Independencia Nacional del 27 de febrero de 1844, solo le cabían a él mismo cuando los calificó de “traidores que desde el extranjero fraguaban sus planes liberticidas”, “cobardes que jamás han sacado la espada en defensa de la patria”, “su mentido patriotismo”, “la falta de pudor político”, “esos hombres que tanto alarde hacen de su dominicanismo” y “esa facción liberticida”.
Todo el desmentido que pretendió hacer el general Santana en su proclama del 21 de enero de 1861 sobre el contenido del manifiesto del general Sánchez fue plenamente confirmado por los hechos dos meses después, cuando llevó a cabo la anexión de la República Dominicana a España el 18 de marzo de 1861.
La reacción no se hizo esperar. Los dos generales de división de la República que habían lanzado sendos manifiestos por separado en diciembre de 1860 y enero de 1861, José María Cabral y Francisco del Rosario Sánchez, veintidós días después de que Santana llevara a cabo ese crimen de lesa patria, lanzaron un manifiesto conjunto, justo el 30 de marzo de 1861, fecha en que se cumplía el 17 aniversario de la batalla del 30 de marzo de 1844, en Santiago de los Caballeros.
En ese escrito analizaban de forma pormenorizada las consecuencias funestas que este hecho tendría para el país, al tiempo que llamaban a la población dominicana a las armas contra la anexión a España y a cobijarse bajo el pabellón tricolor de los cuartos encarnados y azules con la cruz blanca para alcanzar la victoria una vez más frente al sempiterno tirano y traidor de la patria, general Pedro Santana.
Transcribimos a continuación el texto completo de este trascendental documento histórico:
MANIFIESTO QUE LOS GENERALES FRANCISCO R. SÁNCHEZ Y JOSÉ MA. CABRAL DIRIGEN A LOS PUEBLOS DE LA REPÚBLICA.
(Saint Thomas, 30 de Marzo 1861)
DOMINICANOS!
Ochenta y cinco años ha que resonó en la América virgen, el primer grito de libertad e independencia. Este grito sublime que lanzó la primogénita de las repúblicas, la patria de Washington, fue acogido por la más avanzada de las naciones en la civilización moderna. La noble Francia prestó a la América del Norte sus tesoros, sus naves, el prestigio de su aprobación y hasta de sus héroes.
Poco después se vio un prodigio que últimamente ha sido apreciado en su justo valor el genio sublime de Víctor Hugo y Lamartine. El mundo vio atónito convertirse en arengas y vítores a la libertad, el alarido que las clases oprimidas lanzaban en la parte occidental de la Isla de Santo Domingo, y los descendientes del África formaron una República que subsiste hoy encarrilada en la vía de la civilización y el progreso.
Todo el mundo de Hispano América y la parte Española de la primada de las Indias reivindicaron sus derechos a la independencia, y solas entre las grandes Antillas, quedaron Cuba y Puerto Rico, con manchas de ignominias en el mapa del Nuevo Mundo, si bien es verdad que sus nobles hijos, si no han podido triunfar de la tiranía que los abruma, han sabido suministrar víctimas para los holocaustos del despotismo.
La parte Española de la Isla de Santo Domingo después de proclamar su independencia en 1821 y después de haber permanecido libre durante 22 años, unida a la parte de Occidente, vio coronados sus deseos elevándose al rango de Nación libre e independiente el 27 de Febrero de 1844 con el reconocimiento y protección moral de las potencias civilizadoras, en cuyo número entró la misma España.
La desgracia proverbial que desde su descubrimiento ha perseguido a esta Isla, quiso que desde luego la República Dominicana cayese en manos de un déspota bárbaro, pero afortunado, que ha jugado con sus destinos de la manera más escandalosa que pudiera referir la historia de la tiranía y de las aberraciones del despotismo. Después de diez y siete años de lucha heroica, de nobles sacrificios; al través de los procedimientos más dislocados y usando de la hipocresía la más absurda y más disimulada que haya hecho uso un traidor miserable, hemos presenciado el acto más innoble y más degradante que pueda concebir el entendimiento humano: este acto es el escándalo y la vergüenza de América.
Pedro Santana, el tirano de Santo Domingo, el Domiciano de las Antillas, después de estar explotando y tiranizando la República Dominicana por espacio de diez y siete años; disfrutando de un poder incontestado y en medio de una tranquilidad y de un progreso preconizado en todos los periódicos de la República, da, en la primada de las Indias, el primer ejemplo de despronunciamiento de la Independencia Nacional en favor de la sujeción al despotismo extranjero. Diez y nueve días después de haber celebrado el décimo séptimo aniversario de la Independencia, y de haber jurado en las aras de la Patria, sostenerla, arría el pabellón nacional y enarbola la bandera española en medio de una población desapercibida y pasmada en presencia de un acto tan criminal e imprudente como inesperado.
Qué palabras podrán jamás expresar con su debida fuerza, la enormidad de la traición? -Parece que uno asiste a una farsa, donde la suposición impide que el espectáculo fingido afecte el ánimo como debiera, dada la realidad de lo que se presencia; porque en la jornada del día 18 de Marzo en que se ejecutó en la Capital de Santo Domingo el acto más grave que pueda presenciar un pueblo, faltó no solo la pompa, que siquiera debió remedarse por vía de rutina, sino hasta la sanción del terror con que el despotismo sabe decorar sus actos cuando no puede hacerlo amar.
Así los dominicanos en media hora dejaron de ser dominicanos y pasaron a ser españoles, sin aplaudir, sin temer, sin aprobar ni resistir: parece que el exceso de este acto incalificable destruyó todo género de sensación popular. Esta impasibilidad de la Capital ha sido ocasión de que Santana haya consumado su acto inicuo en otras poblaciones de la República después de desarmadas las poblaciones, enarbolando el pabellón español de la manera que ya se ha dicho, haciendo creer que había plan combinado y recurso ponderable de fuerzas españolas.
Nadie ignora que en toda la República, y principalmente en la misma Capital, existía un sentimiento de repugnancia invencible contra semejante proyecto. Pero Santana ha tenido el cuidado, después de proscribir todo el partido nacional, de desarmar todas las poblaciones, como ya se ha dicho, y poner en prisión los personajes cuyos sentimientos liberales le hacían temer una resistencia patriótica.
Ahora bien, ¿qué visos de legalidad pueden dársele a la venta de un pueblo, cuando su voluntad no ha sido consultada de antemano? Se quiere hacer valer el argumento de que las poblaciones han recibido el cambio de la nacionalidad, espontáneamente, pero esto no solo es una completa falsedad, sino que, aún en el caso de que fuera cierta, nada supondría a favor de la traición de Santana, quien por el hecho solo de ser su primer mandatario y de haber jurado en las aras de la Patria y ante la nación defender y garantizar la independencia nacional, le era menos permitido que a ningún otro destruir esa nacionalidad que tantos sacrificios ha costado, y que es el único bien que los dominicanos hayan disfrutado bajo su poder fatal y sanguinario.
Cuando la América toda es libre e independiente; cuando la misma isla de Cuba tiene que presenciar periódicamente la proscripción y el patíbulo con que se castiga a sus hijos más ilustres por sus aspiraciones a la libertad y la independencia, ¿se concibe acaso que un pueblo que disfruta de estos beneficios, los sacrifique a favor de una potencia cuyo sistema colonial la hace insoportable en América?
La España, dominicanos, tiene que seguir uno de estos dos sistemas para gobernaros: o debe dejaros la libertad civil, la libertad política y la igualdad de que disfrutáis, hace cuarenta años, o debe gobernaros con un sistema de esclavitud civil o política, con sus preocupaciones de raza y con su desigualdad de jerarquías. El primer sistema es imposible, porque implica contradicción con sus propios intereses; el segundo, le es forzoso seguirle para no dar motivos de queja y conservar el equilibrio colonial de Cuba y Puerto Rico.
Es verdad, dominicanos, que los primeros días os halagarán con sueldos y con demostraciones de fingida consideración; pero que esto será muy pasajero. Tan pronto como la España asegure su dominación, os veréis sometidos al vilipendio de los impuestos más caprichosos y de la desigualdad más chocante; entonces veréis que habréis trocado vuestra bandera en vano, porque seréis españoles como súbditos, pero permaneceréis siempre en calidad de pueblo conquistado, y a quien el temor de volver a pensar en su libertad, hará que el gobierno adopte las medidas más duras y más vejatorias con tal que le aseguren la presa que desea conquistar. La España no puede dar el mal ejemplo de respetar en Santo Domingo la libertad y la igualdad que proscribe en Cuba y Puerto Rico; entonces veréis que el cambio de bandera solo se ha operado para asegurar el goce tranquilo de unos pocos que van a disfrutar del precio de vuestra libertad.
Tened entendido, dominicanos, que la palabra anexión con que se nos quiere fascinar no es más que un engaño grosero: que la República Dominicana no puede de ninguna manera formar parte de la Monarquía Española: ella no podrá ser más que una colonia, como lo son Cuba y Puerto Rico, es decir: tierra de esclavos, tierra de opresión para sus habitantes, tierra de desigualdad para los pobres y los pequeños, tierra de humillación y de desprecio para los que no son nobles; tierra, en fin, que no puede convenir sino a los sátrapas que la gobiernan y a los esbirros que recogen las primicias del despotismo, sacrificando toda dignidad personal.
Dominicanos! A las armas! Vosotros que, a precio de vuestra sangre y vuestro reposo, formasteis la República Dominicana, tened el brío suficiente para volverla a reconstruir. Para lograr tan noble fin, no tenéis más que hacer sino es unirnos a los jefes de honor que batallan para reconquistar vuestra libertad e independencia, para volver a enarbolar el estandarte de la cruz.
Dominicanos! A las armas! Agrupaos en derredor de esa bandera que tantas veces habéis conducido a la victoria. Sacrificad todos los rencores pasados ante las aras de la Patria, y que de hoy en adelante no haya más que un solo partido: el partido nacional, del otro lado solo quedará Santana con los cuatro logreros que han especulado con vuestra libertad e independencia. Alentaos y combatid seguros de que la victoria vendrá a vuestro encuentro: no olvidéis que el gran Bolívar dijo estas palabras que desde entonces han servido de consuelo a todos los oprimidos: “el pueblo que quiere ser libre, no hay poder que lo sujete a la esclavitud”.
Si un hombre solo, si un déspota avaro y desnaturalizado ha podido venderos como esclavos, vosotros debéis desmentir este concepto declarándoos libres, independientes y dominicanos, para que la posteridad, al leer la historia de los acontecimientos políticos de nuestra Patria, vea que si la República Dominicana ha producido un monstruo traidor y cobarde, capaz de vender la nación que gobernaba, ha habido también un pueblo valiente y generoso que rechace semejante ignominia y reconquiste su libertad y sus derechos.
¡Viva la República Dominicana!
¡Viva la Libertad!
¡Viva la Religión!
Dado en Saint Thomas a 30 de Marzo de 1861.
SÁNCHEZ. -J.M. CABRAL (Emilio Rodríguez Demorizi, 1976c: 126-129)
Los generales Francisco del Rosario Sánchez y José María Cabral destacan de forma muy acertada los aportes dados por los Estados Unidos, Francia y Haití al proceso de independencia y libertad que vivieron América del Norte, Hispanoamérica y las Antillas a finales del siglo XVIII y gran parte del siglo XIX, con la sola excepción de Cuba y Puerto Rico, que permanecieron bajo el régimen de esclavitud de España.
Sánchez y Cabral reseñan el proceso por el cual atravesó la parte oriental de la isla de Santo Domingo, tras la declaración de independencia encabezada por el licenciado José Núñez de Cáceres el primero de diciembre de 1821, la dominación haitiana durante veintidós años en que se abolió la esclavitud y la proclamación de la independencia nacional el 27 de febrero de 1844, que hizo posible la constitución de la República Dominicana como nación libre e independiente.
Los patriotas de la Independencia recalcan la desdicha en que había caído la isla de Santo Domingo desde su descubrimiento por parte de Cristóbal Colón y España hasta que la República Dominicana, que ocupa su parte oriental, cayó en manos de Pedro Santana, a quien definen como un “déspota bárbaro pero afortunado”, que impuso a este país las más crueles acciones propias de la tiranía y el despotismo, al tiempo que desconoció la lucha heroica y los nobles sacrificios de un pueblo por su libertad durante diecisiete años, al arriar la bandera tricolor y en su lugar colocar la de la nación ibérica.
Señalan a Santana como el “primer ejemplo de despronunciamiento de la independencia nacional en favor de la sujeción al despotismo extranjero”, justo 19 días después de haber celebrado el 17 aniversario de la fundación de la República y jurar ante el Altar de la Patria su disposición a sostenerla firmemente, sin haber tenido hasta entonces ningún tipo de resistencia del pueblo dominicano, el cual previamente había sido desarmado sabiamente por el tirano.
Los generales de la República consideraban un verdadero contrasentido el hecho de que, estando todos los pueblos de América libres y con Cuba haciendo esfuerzos ingentes para salir del sistema colonial esclavista, el general Santana se adelantara a entregar al pueblo dominicano a ese régimen cruel e insoportable, ya que por más falsas promesas que hiciera España de que garantizaría la libertad civil, la libertad política y la igualdad entre los dominicanos, estaba compelida a mantener ese sistema de opresión so pena de romper el equilibrio colonial en Cuba y Puerto Rico.
En tal sentido, sostienen que en principio se los lisonjeará con sueldos y falsas demostraciones de consideración, pero que tan pronto lograran consolidar su dominio se les trataría como esclavos, se les subirían los impuestos y las desigualdades e injusticias campearían por sus fueros, siendo los únicos beneficiarios el sátrapa y sus esbirros.
Sánchez y Cabral hacían un llamado al pueblo dominicano a luchar con las armas en la mano por la reconstrucción de la República Dominicana como nación libre e independiente junto con ellos, que fueron entes importantes en su proceso de constitución, de manera que se pudiera enarbolar nuevamente la enseña tricolor de la cruz. En ese manifiesto llamaban a los dominicanos a deponer los rencores del pasado y todo espíritu de partido que tendiera a su división y, por el contrario, les invitaban a cerrar filas en el partido nacional, ya que del otro lado solo quedaría Santana con sus acólitos, monstruos traidores y cobardes a los cuales sabrían combatir por su libertad y sus derechos.
De su lado, el 6 de abril de 1861 el Gobierno haitiano, presidido desde el año 1859 por el general Fabré Geffrard, envió a España una nota de protesta por haber anexado la República Dominicana, bajo el entendido de que ni el general Santana ni la monarquía española tenían derecho a conculcar la independencia de un pueblo que durante veintidós años había compartido con Haití un mismo Estado y un mismo Gobierno, pero que a partir del 27 de febrero de 1844 había tomado la decisión de separarse de su vecino de occidente para proclamar su independencia política, tener su propio blasón y adquirir su soberanía absoluta.
A continuación, transcribimos la carta dirigida por el general Fabré Geffrard a España:
PROTESTA DEL GOBIERNO DE LA REPÚBLICA DE HAITÍ CONTRA LA ANEXIÓN DE SANTO DOMINGO A ESPAÑA
Fabré Geffrard, Presidente de Haití.
El general Santana, consumado el atentado que desde largo tiempo premeditaba, ha hecho enarbolar la bandera española sobre el territorio del Este de Haití. Unos actos emanados de ese General declaran este hecho, y una nota, con fecha del 6 de abril de este año, del Cónsul de S.M. Católica en Haití, lo notificó al Gobierno haitiano.
Ciertamente, el Gobierno de Haití no podía esperar tal desenlace. Las relaciones amigables que la corte de Madrid había contraído con él desde pocos años, acreditando cónsules acerca de él, no le habían preparado a ello; si, sobre las instancias de las potencias mediadoras, se habían dado prisa en conceder a los dominicanos una tregua de cinco años, no era, sin duda, para que este desenlace fuese preparado a la sombra de esa tregua y de la mediación leal de la Francia y de la Inglaterra.
¿Con qué derecho España tomaría hoy posesión de la parte Este? ¿Esa provincia no había cesado enteramente, desde largos años, de ser su colonia? ¿No aceptó de hecho, cerca de un cuarto de siglo, la incorporación voluntaria de la parte Este a la República de Haití? En último lugar, ¿no reconoció la Independencia de la República Dominicana, y no trató con ella de Estado a Estado?
La España no tiene, pues, ningún derecho sobre la parte oriental de Haití; no tiene más derecho sobre este territorio que podría tener la Francia o la Inglaterra; y la toma de posesión del Este por la España es un hecho tan enorme como si hubiese sido efectuada por la Francia o por la Inglaterra. Si fuera menester admitir que España tuviese aún derechos sobre la República Dominicana, también sería necesario admitir que ella los tiene sobre México, sobre Colombia, sobre el Perú, sobre todas las Repúblicas independientes de la América, que son de origen español.
Además, ¿con qué derecho, por su lado, el general Santana y su facción entregan a la España el territorio dominicano? ¡Tal es la voluntad de las poblaciones! dicen ellos. ¡Afirmación mentirosa! Esas poblaciones que tiemblan bajo el régimen de terror organizado por el general Santana no pueden manifestar ningún voto libre. Buen número de ciudadanos honrados, esclarecidos, de patriotas adictos a la República Dominicana, arrojados fuera de su patria por el general Santana protestan con toda su energía contra esta enajenación de su patria, que califican de cobarde traición.
Nadie pondrá en duda que Haití tiene un gran interés en que ninguna potencia extranjera se establezca en la parte Este. Desde el momento en que dos pueblos habitan una misma isla, sus destinos, respecto de las tentativas del extranjero, son necesariamente solidarios. La existencia política del uno se encuentra íntimamente ligada con la del otro, y están obligados a garantizarse el uno al otro su mutua seguridad. Suponed que fuese posible que la Escocia pasase de repente, sea bajo la dominación rusa, sea bajo la dominación francesa, ¿dirían que la existencia de la Inglaterra no se vería desde luego profundamente comprometida?
Tales son los vínculos necesarios que unen las dos partes oriental y occidental de Haití. Tales son los motivos poderosos por los cuales nuestras Constituciones todas, desde nuestro origen político, han declarado constantemente que la isla entera de Haití no formaría más que un solo Estado; y no fue ambición de conquista la que dictó esa declaración; fue únicamente ese sentimiento profundo de nuestra propia seguridad; porque los fundadores de nuestra joven sociedad declaraban, al mismo tiempo, que en Haití se prohibía toda empresa que pudiese turbar el régimen interior de las islas vecinas.
El Gobierno haitiano, comprendiendo mejor las condiciones de la independencia y de la seguridad de las naciones, ha querido, pues, formar siempre con la población dominicana un Estado único y homogéneo. En el espacio de veintidós años, esa mira ingente se realizó por la libre y espontánea voluntad de las poblaciones del Este. Los dos pueblos se han mezclado, han vivido la misma vida política y social, no han formado más que un solo y mismo Estado; y la administración de esa mitad de la patria común costó, en veintidós años, grandes sacrificios pecuniarios al Gobierno haitiano.
Si el pueblo del Este ha obrado una separación en 1844, jamás fue otro su objeto que el reivindicar la facultad de gobernarse a sí mismo. Al gobierno unitario quiso sustituir por un sentimiento sospechoso de libertad, dos Gobiernos distintos, sin desconocer, sin embargo, el vínculo íntimo y la comunidad de intereses de las dos poblaciones.
La separación del Este jamás ha sido, en el fondo, sino una contienda sobre la forma de Gobierno. Jamás esas poblaciones, tan celosas de su libertad, han entendido entregarse a una dominación extranjera, como también el Gobierno haitiano nunca consentirá sino en esa autonomía, objeto de sus votos más ardientes, para mejor asegurar los intereses comunes y la independencia común de los dos pueblos.
El Gobierno de Haití protesta, pues, solemnemente y a la faz de la Europa y de la América, contra toda ocupación por la España del territorio dominicano: declara que la facción Santana no tiene ningún derecho de enajenar ese territorio, bajo cualquier título que sea: que no reconocerá jamás semejante cesión: que hace altamente todas reservas a este fin, como se reserva el empleo de todos los medios que, según las circunstancias, podrían ser propios para asegurar y afianzar su más precioso interés.
Dado en el Palacio Nacional de Puerto-Príncipe a 6 de Abril de 1861, año 58.º de la independencia. – Geffrard.
Por el Presidente: El Secretario de Estado, Presidente del Consejo. -J. Paul.
El Secretario de Estado de la Guerra y la Marina. – T. Dejoie. El Secretario de Estado de Justicia, de los Cultos y de la Instrucción Pública. – F. E. Dubois.
El Secretario de Interior y de la Agricultura. – Fs. Jn.- Joseph. El Secretario de Estado de Hacienda, del Comercio y de las Relaciones Exteriores. – V. Plaisance.
El Secretario de Estado de la Policía General. – L. Lamothe.
(General De la Gándara, 1975, tomo I: 419-421)
El Gobierno haitiano, presidido por el general Fabré Geffrard, protestó contra la anexión inconsulta de la parte oriental de la isla de Santo Domingo a España llevada a cabo por el general Santana, a la sombra de las diferentes potencias que habían sido signatarias de una tregua militar en 1856 entre Haití y la República Dominicana, como fueron los casos de Francia e Inglaterra, de las que también formaba parte la nación ibérica.
De igual manera, establecía claramente que no reconocería jamás semejante cesión de la República Dominicana a España, al tiempo que elevaba su voz de protesta ante los pueblos de Europa y América por tan abominable hecho; mostraba una actitud solidaria con la causa dominicana, tomando como punto de partida su propia seguridad y, por tanto, se reservaba el derecho de usar todos los medios a su alcance, según lo exigieran las circunstancias, para lograr la desocupación del territorio dominicano por parte de las tropas de la nación ibérica, en aras de asegurar y garantizar sus propios intereses, para evitar que la isla fuera convertida nuevamente en una colonia esclavista europea.
No conforme con el envío de esa nota a la corte española, el general Geffrard lanza una proclama al pueblo haitiano y al ejército el 18 de abril de 1861, donde los llama a combatir con las armas a la única nación que mantenía posesiones esclavistas en el Caribe en ese momento, España, en desmedro de las islas de Cuba y Puerto Rico, donde habitaban mayoritariamente sus hermanos de África en la más abyecta situación de esclavitud e injusticia.
De igual modo, los alertaba sobre la posibilidad de que España pretendiera nuevamente apoderarse de toda la isla para implantar su sistema de dominación y opresión, lo que pondría en peligro la patria haitiana, su nacionalidad y su libertad, razón por la cual debían rechazar con las armas las hordas invasoras bajo el grito inmortal de los fundadores de la República: Libertad o muerte.
Ahora se procederá a reproducir el texto completo de la exhortación del general Geffrard a su pueblo y a su ejército contra la anexión de Santo Domingo a España:
PROCLAMA DIRIGIDA POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE HAITÍ, MR. GEFFRARD, AL PUEBLO Y AL EJÉRCITO CON MOTIVO DE LOS SUCESOS OCURRIDOS EN SANTO DOMINGO EL 18 DE MARZO DE 1861.
AL PUEBLO Y AL EJÉRCITO, HAITIANOS.
A favor de infames intrigas y manejos reprobados, el Gobierno español, engañando y seduciendo al general Santana, que rige los destinos de nuestros hermanos del Este de la isla, acaba de enarbolar su bandera sobre los muros de Santo Domingo.
Sabéis que esa bandera autoriza y protege la esclavitud de los hijos de África. En Cuba y en Puerto Rico gimen desesperados, bajo la tiranía de una mano cruel, millones de nuestros hermanos y de nuestros conciudadanos, a quienes considera más viles y miserables que las bestias de los campos y a quienes se maltrata sin piedad bajo la sombra de ese pabellón degradado, que al ondear en Santo Domingo nos presagia la desaparición y el término de nuestras libertades.
¡Haitianos! ¿Consentiréis que vuestra libertad se pierda y que se os reduzca a la esclavitud? Hoy, en pleno siglo XIX, cuando Italia, Hungría y Polonia, pueblos oprimidos por un régimen menos terrible todavía que el de España impone a nuestros hermanos de sus colonias, luchan por emanciparse y conquistar la independencia, ¿podréis consentir que arraigue en nuestro suelo la autoridad de un Gobierno extraño, decidido a conspirar contra nuestra libertad y a destruirla por la violencia o por la astucia? No; vosotros jamás sufriréis tal ignominia.
La patria está en peligro, nuestra nacionalidad amenazada, nuestra libertad comprometida. ¡A las armas, haitianos! Corramos a las armas para rechazar con ellas las hordas invasoras.
Que vuestra consigna sea aquella frase inmortal que sirvió de guía a los fundadores de nuestra República: la libertad o la muerte. Rechacemos la fuerza con la fuerza. No vacilemos ante ningún sacrificio ni retrocedamos ante ningún obstáculo. Todos los medios son buenos cuando se trata de defender la libertad. Aunque lleguemos a ver a nuestros pueblos reducidos a montones de escombros y el país entero convertido en un inmenso sepulcro, combatiremos sin tregua ni cuartel. ¡Dios hará triunfar a los haitianos!
Después de haber exhalado el último de nosotros su postrer suspiro, España nada lograría porque ni Europa ni América consentirán jamás que se plantase su aborrecida bandera sobre el suelo de nuestra querida patria. ¡A la lucha! Es necesario que acabe la dominación de España en América. La expulsaremos de Santo Domingo y esa derrota será precursora de su expulsión definitiva del golfo de México.
España anhela destruir nuestra nacionalidad y no sabe que al intentarlo abre su propia tumba. El porvenir justificará esta predicción.
¡A las armas, haitianos! Marchemos al combate y no las soltemos de las manos hasta que la autoridad española, desaparezca del territorio de Haití. Si la suerte nos fuese adversa, lo que no es creíble, hagamos que el estandarte español ondee solo sobre nuestras cenizas y nuestros cadáveres.
La historia y la posteridad aplaudirán nuestro heroísmo. Las naciones cultas vengarán nuestra derrota y nuestra ruina.
Dado en el Palacio Nacional de Port-au-Prince el 18 de Abril de 1861.
FABRÉ GEFFRARD (Gral. De la Gándara, tomo I: 417-419)
El nivel de enardecimiento del Gobierno haitiano ante la anexión de la República Dominicana a España es lo que explica el apoyo solidario en armas y entrenamiento militar dado a los patriotas dominicanos encabezados por los generales Francisco del Rosario Sánchez, José María Cabral y Fernando Taveras para llevar a cabo una insurrección en la parte Este de la isla de Santo Domingo.
Esta acción, que se efectuó desde finales de mayo, durante el mes de junio y hasta principios de julio de 1861, estaba conformada por tres frentes guerrilleros: uno se dirigía a San Juan de la Maguana, presidido por el general Francisco del Rosario Sánchez; otro se orientaba hacia Las Matas de Farfán, encabezado por el general José María Cabral; mientras que el tercero se encaminaba hacia Neiba, comandado por el general Fernando Taveras.
Encontrándose el general Sánchez en Puerto Príncipe, recibió como emisario del alcalde de Sabaneta, Santiago Rodríguez, al joven entusiasta José Cabrera, con quien aquel le envió el recado de que podía contar con él y otros patriotas del Cibao para la justa causa revolucionaria que se proponía emprender, orientada a devolverle la soberanía a la mancillada República Dominicana. El joven Cabrera fue de mucha ayuda para Sánchez por ser un gran conocedor de la zona fronteriza, lo que le permitió al héroe de Febrero entrar en contacto fácilmente con los patriotas de la línea fronteriza del Suroeste.
En la comunidad de El Cercado, Sánchez logró la cooperación del influyente general Santiago de Óleo y sus subalternos, procediendo a cruzar la frontera con un ejército de 500 hombres bien armados, con la clara disposición de lograr el restablecimiento de la República Dominicana, acompañado de los generales José María Cabral y Fernando Taveras, así como de los oficiales Pedro Alejandrino Pina, Juan Erazo, Valentín Ciriaco Báez y Juan de la Cruz, entre otros.
Asimismo, el proyecto independentista de la Regeneración Dominicana contó con la participación entusiasta de un conjunto de soldados destacados y de varias centenas de dominicanos civiles dispuestos a darlo todo en aras de la restauración de la independencia nacional perdida a manos de los peninsulares españoles.
El general Fernando Taveras procedió a apoderarse de Neiba, que para entonces contaba con una población de diez mil personas. De su lado, el general José María Cabral y su lugarteniente, coronel Gabino Simonó, tomaron Las Matas de Farfán, que al momento solo tenía una población de dos mil personas. En tanto que el general Francisco del Rosario Sánchez y su división se hicieron cargo de las comunidades de El Cercado y Cachimán, cuyas poblaciones eran inferiores a las Neiba y Las Matas de Farfán. Todos estos poblados formaban parte de la entonces extensa provincia o departamento de Azua.
En la noche del 30 de mayo de 1861 llegaron las primeras noticias sobre la tentativa revolucionaria que encabezaban Sánchez, Cabral y Taveras. Inmediatamente, el general Santana dispuso que se formara una división para combatirla, encabezada por el general Antonio Abad Alfau, acompañada de una brigada de tropas españolas bajo las órdenes del brigadier español Antonio Peláez de Campomanes. Todas las fuerzas, a pesar de la inclemencia del tiempo, caracterizada por fuertes lluvias, caminos intransitables y ríos crecidos, se reunieron en Azua el 4 de junio de 1861.
En la marcha de Tavera hacia Neyba, los hombres de los pueblos de Cachón Seco, Cerro en Medio, Las Veras del Pueblo, El Estero y Barbacoa (Villa Jaragua) se le unieron, sumando más de 250, junto a unos 100 que desde Haití acompañaron a los expedicionarios.
Los habitantes de Neiba, contrario a lo que ocurrió en El Cercado y Las Matas, no esperaron la llegada de Taveras para iniciar la insurrección. A las tres de la tarde del día 1ro. de junio, el comandante Dionisio Reyes, Simeón Suberví y Remigio Acosta conquistaron la común e hicieron enarbolar el pabellón tricolor, dirigiéndose la mayoría de los militares al encuentro de Taveras.
Durante esta acción, el Comandante de la Plaza de Armas de Neyba, Juan José Rosilló, hizo el disparo de cañón de alarma, pero solo logró que se le adhirieran unos 20 militares. Se vio obligado a entregar la plaza al empuje de los neiberos. El día 2 de junio, Neiba estaba en manos de los restauradores, replegándose el teniente coronel José de la Paz (alias Rey) hacia La Canela, acompañado de 91 soldados y oficiales.
En los días siguientes, Taveras buscó el apoyo de los hombres de Las Salinas y Rincón, sin lograrlo. Esta negativa estuvo relacionada con la influencia que tenía el coronel Ángel Féliz en los pueblos cercanos a Barahona, por su condición de Comandante de la Plaza de Armas de esa común.
El general Santana se presentó en la ciudad de Azua el 16 de junio de 1861, procediendo a ordenar de inmediato que el general Francisco Sosa se dirigiera a Neiba por tierra y el general Antonio Abad Alfau, con el batallón de Puerto Rico y otras fuerzas, se dirigiera a Barahona por mar para desembarcar allí y llegar al mismo punto que Sosa.
El propio general Santana se puso al frente de las fuerzas que se dirigían a San Juan de la Maguana y, acosados por ellas, los insurrectos se vieron obligados a replegarse a El Cercado. Este hecho, junto a la noticia de que el Gobierno español había enviado una escuadra a Puerto Príncipe para intimidar al presidente haitiano Fabré Geffrard con la amenaza de que bombardearía la capital haitiana si no retiraba inmediatamente el apoyo que daba a los revolucionarios dominicanos dirigidos por Sánchez —a lo que se vio obligado a acceder el gobernante haitiano, procediendo a enviar informantes oficiales para que aquellos desistieran de sus planes y se replegaran a Haití—, lo cual creó un gran desaliento en las filas revolucionarias, produciéndose grandes deserciones a partir de entonces.
En el marco de ese panorama enrarecido se produce la traición del general Santiago de Óleo, quien para hacerse complaciente con las tropas realistas españolas encabezadas por Santana levantó pérfidamente sus armas contra el general Francisco del Rosario Sánchez y sus compañeros de ideal.
La versión más creíble es aquella que da cuenta de que el general De Óleo llegó por entre los montes al Mangal, lugar situado al pie del primer paso del río Cañas, en las proximidades de la loma llamada hoy Juan de la Cruz, en lo que actualmente se conoce como la comunidad de Juan Santiago, camino de Hondo Valle hacia Haití, e hizo una emboscada al general Sánchez y sus tropas.
En ese lugar, el general De Óleo recibió a sus antiguos compañeros con descargas cerradas cuando los revolucionarios se replegaban hacia Haití para salvarse del ataque de las fuerzas realistas que encabezaba el general Santana. El indigno De Óleo hirió en la ingle al general Sánchez. Luego procedió a apresar a este y a 21 de sus compañeros, los cuales no pudieron huir por no conocer adecuadamente estos lugares.
El joven José Cabrera, verdadero práctico en el conocimiento de toda la línea fronteriza, logró salvarse de la persecución y pudo llegar hasta Haití, para luego regresar en febrero de 1863 a Sabaneta y tomar parte en el movimiento que encabezaría Santiago Rodríguez en la Línea Noroeste. Tras el fracaso de este movimiento, Cabrera volvería a ser una figura clave en el izamiento de la bandera dominicana en el Cerro de Capotillo, en Dajabón, el 16 de agosto de 1863, acción con la cual se iniciaría la guerra de la Restauración, de la que también serían personajes destacados los generales Santiago Rodríguez, Benito Monción y Gregorio Luperón, entre otros.
Los prisioneros fueron trasladados a San Juan de la Maguana, en donde el general Sánchez y sus compañeros de armas fueron sentenciados a muerte por orden del capitán general Pedro Santana, gobernador de Santo Domingo, quien, para hacer una pantalla, designó un consejo de guerra presidido por el general Domingo Lazala (enemigo declarado de Sánchez) y como fiscal acusador a Tomás Pimentel. El juicio, cuya sentencia prejuiciada se presumía de antemano, fue revestido de un carácter aparatoso y cruel.
Veamos lo que nos dice el general español De la Gándara sobre el juicio y la ejecución sumaria de los patriotas:
El número de prisioneros llegó a elevarse a 21. Se les sujetó por orden de Santana a un sumarísimo e irregular procedimiento y fueron fusilados el 4 de julio, contra la opinión y las reclamaciones escritas del brigadier Peláez, que pasó quizás los límites de la subordinación, impulsado por los sentimientos de humanidad, bien que puede exponerse en su descargo que aquellas ejecuciones constituyen un acto de tiranía grosero e indefinible, pues según refieren testigos presenciales no se hizo para condenarles más que una parodia de consejo de guerra, incapaz de satisfacer en manera alguna las legítimas exigencias de un procedimiento racional. Se les condenó a sufrir la última pena, y esta sentencia fue cumplida en términos que repugna recordar, pues mientras a unos los remataron a tiros, otros sucumbían a palos o a machetazos, de lo que protestó asimismo un comandante del regimiento de la Corona, que con fuerza de este cuerpo se hallaba en San Juan.
General De la Gándara, 1975, tomo I: 204-205
El general Francisco del Rosario Sánchez fungió como abogado defensor suyo y de sus compañeros, procediendo a cuestionar las leyes con que se les juzgaría: si con las dominicanas, que no contemplaban la pena de muerte para quienes defendían su soberanía; o con las españolas, que al momento no habían entrado en vigencia en la colonia de Santo Domingo. Intentando lograr el descargo de sus compañeros de infortunio de todo compromiso con la organización y ejecución de la acción armada que él encabezaba, Sánchez asumió la total responsabilidad del hecho. Esto no fue obstáculo para que los esbirros del general Pedro Santana llevaran a cabo de la forma más vil que alguien se pueda imaginar la ejecución de la pena de muerte tanto del general Francisco del Rosario Sánchez como de los veintiún compañeros de armas que lo acompañaban.
A continuación, recogemos la parte más ilustrativa de la defensa que hizo Sánchez de sus compañeros de infortunio en esa ocasión tan crucial:
¿Con qué leyes se me habrá de juzgar? ¿Con las españolas que no han comenzado a regir, pues el protocolo de la Anexión establece un interregno de meses para que comiencen a regir las leyes del reino, o con las dominicanas, que me mandan a sostener la independencia y la soberanía de mi patria?… ¿En virtud de qué ley se nos acusa? ¿Amparándose en cuál ley se pide para nosotros la pena de muerte? ¿Invocándose la ley dominicana? ¡Imposible! La ley dominicana no puede condenar a quienes no han cometido otro crimen que el querer conservar la República Dominicana. ¿Invocando la ley española? No tenéis derecho para ello. Vosotros sois soldado del ejército dominicano, ¿dónde está la ordenanza española que rige vuestros actos? ¿Dónde está el código español en virtud del cual nos condenaríais? ¿Es posible admitir que en el Código Penal español haya un artículo por el cual los hombres que defienden la independencia de su país deben ser acusados y condenados a muerte?… Pero veo que el señor Fiscal pide para estos hombres lo mismo que para mí, la pena capital. Si hay un culpable, el único soy yo. Estos hombres vinieron porque yo los conquisté. (Ramón Lugo Lovatón, tomo II, 1948: 156-157)
El 4 de julio de 1861, debajo de una mata de guásima, justo donde se encuentra en la actualidad el cementerio municipal de San Juan de la Maguana, se hizo cumplir la sentencia de la pena de muerte de Sánchez y sus acólitos, dictaminada en los hechos por el hatero de El Seibo, general Pedro Santana.
Ese día el general Sánchez fue fusilado junto a sus compañeros de armas Juan Erazo, Benigno del Castillo, Gabino Simonó Guante, Domingo Piñeyro, Félix Mota, Fran- cisco Martínez, José Antonio Figueroa, Manuel Baldemora, Rudecindo de León, Juan Gregorio Rincón, José de Jesús Pa- redes, Julián Morris y Morris, Pedro Zorrilla, Luciano Solís, José Corporán, Epifanio Jiménez y Sierra, Segundo Mártir y Alcántara, Juan de la Cruz, Juan Dragón, León García y Pas- cual Montero.
En cambio, los generales José María Cabral y Fernando Taveras, así como los compatriotas que los acompañaban, lograron replegarse a tiempo hacia territorio haitiano después de enfrentar a las tropas realistas encabezadas por los generales Antonio Abad Alfau en Neiba y Eusebio Puello en Las Matas de Farfán, tras recibir el aviso correspondiente a la encrucijada en que se encontraba el general Fabré Geffrard ante la amenaza española de bombardear Puerto Príncipe, la capital de Haití, si no le retiraba inmediatamente el apoyo a los expedicionarios dominicanos.
Como se puede observar, el patricio Francisco del Rosario Sánchez mantuvo una postura firme en la defensa de la soberanía nacional tanto en la proclamación de la Independencia Nacional frente a Haití como en la lucha contra la Anexión de la República Dominicana a España.
Es necesario que el pueblo dominicano asuma en los casos de Duarte, Sánchez y Mella, lo que planteó el apóstol José Martí cuando escribió Tres Héroes, a propósito de la lucha que libraron Simón Bolívar de Venezuela, José de San Martín de Argentina y Miguel Hidalgo de México por la independencia de sus respectivos países y América Latina, ya que siempre vamos a ver cosas positivas y cosas negativas en cada uno de ellos:
Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados… Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.